El lunes me desperté temprano con las imágenes de la noche del domingo todavía frescas en mi mente. Ver el Pantanal en llamas, los miles de árboles siendo destruidos por las llamas y las decenas de cientos de animales muertos y heridos era como disfrutar de un cuadro plasmado en escenas de horror y autodestrucción.
En ese momento no recordaba cuándo fue la última vez que una noticia de Fantástico me había conmovido tanto, aun con tantas desgracias reportándose semanalmente. Angustiado, me levanté y fui a la cocina, preparé un café muy fuerte y, en un intento de olvidar tanto dolor y sufrimiento, intenté sentir otras sensaciones en el sol, que pontualmente se insinuaba al mundo.
Abrí la cortina y la ventana de la sala. Cuando miré al cielo, vi, detrás de los cuatro cocoteros que embellecen el paisaje, el azul medianoche dando paso a otro color. Con el pasar de los minutos apareció un color naranja tan naranja que por un momento pensé que aquí pasaba lo mismo que en Mato Grosso; que allí en el horizonte ante mis ojos el fuego estaría consumiendo lo que me quedaba de esperanza de vivir en la Princesa do Sertão; que el naranja de sus llamas subió tanto que llegaron al cielo.
Preocupado, corrí a comprobar la humedad relativa. El Google me dijo que estaba bien. Agudicé mi sentido del olfato… No sentí ningún olor extraño. A lo lejos, cantó un gallo, y, como poetizó João Cabral de Melo Neto: "Un gallo solo no teje una mañana. Siempre necesitará otros gallos.", seguro que otros captaron su canto. Los pájaros también cantaban, cumpliendo tranquilamente su tarea matutina de despertarme y animarme para un día más de mi agotador aislamiento en casa.
Al final, no hubo fuego, ni árboles destruidos, ni animales muertos por las llamas, ni dolor ni sufrimiento, solo era el amanecer. Aliviado pero igualmente triste, llevé la taza a mi boca… el café estaba delicioso.
Feira de Santana - BA, 15 de septiembre de 2020.